El truco es recordar lo bueno y mitigar lo malo. Entre latido y latido, de forma latente se esconde la sonrisa eterna de tu yo niñ@. Bajo las capas de madurez y el indulto de ser adulto, con sumo cuidado vuelvo a desabrochar mis cordones, para recordar el lío de ser un crí@. Sentirme libre otra vez, y hasta algo torpe…. Aquel aventurer@ que no temía caerse eternamente mientras la vida oliera a aventuras. Esos recuerdos sinceros, que no se dejan secuestrar por la nostalgia borracha y adulterada, que a su paso deforma una vez más la realidad.
Mis primeras pasos en este precioso y camino que es la existencia. Hoy me he atrevido a aventurarme en mis primeros años de vida y doy gracias, pues fueron preciosos. La inocencia velaba por acariciar el momento, entre juguetes, peripecias y pericias. La imaginación acampaba a todas horas, cabalgada en una sonrisa que no se esfumaba. Al menos, el eco de mi risa y la espontáneo me recuerda que jugar y ser un poco pícaro, son mi honda oda a la infancia.
Pues divertirse bajo las experiencias es una opción que siempre se debería elegir. Son esos momentos, alegres y dolorosos, que caen como gotas azarosas en mi vida. A veces, refugian un frío que me despierta y me recuerda estar vivo; otras una compañía gélida y casi mortal. Pero al menos, en mi infancia, afrontaba el peor de los diluvios: el propio. Si tocaba llorar, se hacía…. Era liberador limpiar mi cara con las lágrimas salinas, depurando un alma que se empezaba a romper poco a poco…. (y hasta límites insospechados).
Lo que no sabía es que luego me daría miedo… no llorar (que también) sino ser un niñ@ otra vez. Espero conseguirlo antes de romperme en la última partida: la muerte. Ahora mi esperanza en vigilia amamanta la infancia. Anhela y espera al día que el niño por fin encuentre su último y predilecto juguete: la vida.
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