Navego entre la incertidumbre interna, busco no ahogarme en los abismos profundos de mi ser. Nado entre aguas agridulces que me bañan completamente. Humedecen mi cuerpo para recordarme: aún vivo. Aunque pueda desfallecer en cualquier momento.
Es cierto, no son gotas cristalinas y nítidas como la piel de un cristal nuevo. Tampoco son oscuras e indescrifables como una sombra en la noche. Percibo una claridad ambigua que gira entorno a sus propios matices grises.
Si me alejo, veo un cuerpo que flota resiliente pese a sus miedos y su peso. Al final, incluso en las peores tempestades subyace la vida en el flotador de la palabra. Y este marinero de la vida se embarca una vez más en el viaje de la existencia… Esa travesía alocada que nos persigue en todo momento, como la sal a las gotas de mar.
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